martes, 23 de abril de 2013


Los anti… bobos y el cuento del guarda Treviño


Alberto Ugo Gabetta (así sin h) era un viejo, respetado y querido dirigente socialista, vice a nivel nacional del Partido Socialista Unificado -que luego se fusionó con el Partido Socialista Auténtico- donde militaba por entonces. Alberto fue dirigente obrero, Secretario Gral de la Federación Gráfica Santafesina y un hombre hecho de abajo, con sólo segundo grado de primaria -a la hora de poner el hombro para llenar la olla- jamás le esquivó a nada: lavacopas, boxeador, periodista, fundador de la APDH, y concejal de Rosario desde el año ‘73 hasta el ’76. Electo en las lista del Frente Justicialista de Liberación Nacional, él -como otros militantes de izquierda- habían hecho un largo y complejo ejercicio de comprensión de ese fenómeno, tan difícil de asimilar para los hombres que provenían del “viejo y glorioso” (como ellos lo denominaban) Partido Socialista, o los del Partido Comunista; como fue el Peronismo. En el marco de ese arduo proceso práctico de comprensión del “hecho maldito” de la política argentina, siempre nos contaba una anécdota -muy ilustrativa por cierto-  del guarda de tranvías Treviño (no recuerdo el nombre de pila, pero tengo nítido el apellido), este honrado y consecuente (tal como lo describía Gabetta) trabajador, afiliado al Partido y en “consonancia fina”, con las posiciones de este, se oponía a la instauración del Sueldo Anual Complementario: …rechazó el AGUINALDO,…sí lo rechazó, NO LO COBRABA -para que quede claro- aunque hoy parezca mentira, y lo hizo en nombre de la dignidad de su clase; porque los socialistas lo concebían como una dádiva demagógica, destinado a envilecer y comprar a la clase trabajadora, lo que Perón acababa de sancionar.
  Treviño era mostrado como un verdadero ejemplo de “obrero consciente” y paseado por mítines y locales partidarios; los socialistas oficiales (había otros) estaban dominados por un gorilismo imbécil, bobo, que se oponía a todo, con tal de derrocar al gobierno de Perón; y este abnegado trabajador, iba  aconsejado por su partido, en contra de sus propios intereses personales y de clase. Aquel error histórico de no haber visto que un nuevo país se estaba edificando -que explotó el 17 de octubre del ‘45- significó varias cosas: la primera, la pérdida de toda influencia de socialismo en el movimiento obrero, y su debacle electoral, la otra fue la colaboración con la oligarquía en frente comunes antiperonistas y el apoyo a los golpes de estado del ‘55, y en el caso del Partido Socialista Democrático, a todos los que vinieron después, incluído el del ‘76. Alfredo Palacio apoyó el golpe de la libertadora que lo llevó a tener la única macula antidemocrática, en su largo, honrado y patriótico accionar, al aceptar la embajada de Aramburu y Rojas, en Uruguay; algo que no le trajo más que arrepentimientos y dolores de cabeza, por más que haya hecho izar la bandera Argentina, en la sede diplomática, a media asta por la muerte del patriota nicaragüense Augusto Cesar Sandino. Del gorilismo extremo y de la alianza con la oligarquía fue muy difícil volver, sólo la persistente acción e inclaudicable conducta moral, de algunas de las astillas del viejo partido, les permitió ser parte -sin complejos- del movimiento nacional. La euforia golpista de aquel partido, su lenguaje virulento, antipopular, la constante calificación de tiranía, la alegría por la desaparición del peronismo en el gobierno, los lleva a abrazar la causa antidemocrática de la forma más descarada... “hace surgir de nuevo, abierto y luminoso, el camino de la civilización y el Socialismo….sigue, ahora tenemos patria….nos liberamos de la tiranía…debemos desterrar el pasado tiránico y al mismo tiempo construir la democracia futura”….aclaración, y vale, lo nuevo, abierto y luminoso que surgía, era la Revolución Libertadora, huelgan las palabras.
Cuanto parecido al discurso político de la FAA de hoy, en sintonía con toda la derecha argentina, que habla como si no tuviera historia, o no hubiera hecho nada contra el país su pueblo. Además de ser  responsables de políticas agrarias nefastas para miles de chacareros que lo perdieron todo por culpa del neoliberalismo, -aplicado tanto, en dictadura como en  democracia-…habrase visto tamaño cinismo. Cuanta similitud para dirigirse a un gobierno, surgido de la voluntad popular en elecciones limpias y libres, sin proscripciones; que por más que no nos guste como gestiona la cosa pública, es absolutamente legítimo. Por otra parte, es auspicioso fundar o desear, que se creen opciones alternativas al mismo, pero desde la vereda del pueblo, reconociendo la auténtica legitimidad de origen y un sin número de realizaciones beneficiosas para la gente de a pie; a no ser que piensen y crean que los votos que sacó, los sacó porque la gente estaba dormida. Esa porción,  importante, mayoritaria, de  sectores sociales populares, que acompañan al oficialismo, son o deberían ser, nuestros aliados naturales, tanto tácticos, como estratégicos, a la hora de buscar acuerdos para preservar lo que queda de la agricultura familiar chacarera,  aparte de ser consumidores natos de lo que producimos. Porque si hay algo que está claro -y lo dijimos el 8N y lo repetimos ahora- es que el programa agrario, de la convocatoria opositora, aunque no está explicitado, se olfatea de lejos: no es la reforma agraria, la lucha contra la concentración de tierras, rentas y las políticas públicas diferenciadas, no es más y mejor Estado. Más bien todo lo contrario. Cuanta similitud histórica a la hora de generar alianzas, salvando las diferencias de tiempo y espacio,  entre los socialista de ayer y el oficialismo federado de hoy, ambos terminaron en los brazos de la oligarquía para derrocar un movimiento popular: la FAA de entonces, a diferencia de esta, estaba totalmente consustanciada con el proceso político dominante que encabezaba Perón; hoy, en cambio, está yendo mansamente a los brazos de sus contendientes históricos. Caminos muy diferentes, es difícil construir en política gremial con tus antagonistas económicos como aliados. Difícil de explicar,  a no ser por la claudicación ideológica y la entrega de los propios intereses, como el guarda Treviño, para servir al enemigo, aunque sea inocentemente… “pero el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”.